De los palos de amasar a los penes de madera: el matrimonio de torneros que se reiventó en medio de la crisis
                Durante la adolescencia, el colegio es una parte fundamental en la enseñanza sobre el cuidado sexual. Para aquellos a los que muchas veces en sus casas no les hablan, lo consideran un tema tabú o simplemente la información es escasa y errónea, adquirida a través de las redes sociales o algún conocido, la Educación Sexual Integral (ESI) termina supeditada a los docentes dentro del aula.
En los últimos años, cada vez más escuelas incorporaron la ESI: para los más chiquitos es fundamental a la hora de identificar los genitales por sus nombres y enseñar que nadie debe tocarlos. Pero para los que están ya cursando la última etapa da la escuela es importante para enseñar sobre los cuidados para evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual.
Y el principal método anticonceptivo y de barrera para cubrir todas estas aristas es el preservativo. Es por eso que su correcta colocación es elemental. Pero, ¿cómo enseñarlo dentro de las aulas? Sencillo, con penes de madera. Y para eso están María Laura y Fernando, una pareja de torneros que le dio un vuelco a sus profesiones y casi sin querer terminaron siendo parte fundamental de esta cadena para el cuidado reproductivo y de la salud.
Un emprendimiento con historia de amor
Oriunda de San Fernando, la pareja se conoció en su adolescencia y desde entonces nunca se separó. Poco más de 10 años después de comenzar su relación y en medio de crisis económicas y situaciones complejas, tuvieron una idea: casarse para mantenerse más unidos. Y realmente lo lograron.
“Mi marido trabajaba de remisero, le habían robado el auto y estábamos pasando cosas difíciles, así que dijimos ¿por qué no nos casamos así estamos más juntos y encaramos esto de a dos?”, recordó María Laura a TN.
Con el tiempo ella se convirtió en profesora de inglés y él comenzó a trabajar en una empresa haciendo reparto de telas, pero la situación económica los fue llevando a indagar por otros lados. “A mi marido le empezaron a pagar dos mangos y no nos rendía. Fue pasando de una empresa a otra, buscando una mejor situación, hasta que no dio para más y dijimos ‘¿y ahora qué hacemos?’”, detalló.
Fue ahí cuando apareció un amigo con una propuesta. “Él es carpintero y nos contó que una persona vendía un torno para madera así que, con miedo, pero siempre positivos, arrancamos y ya llevamos más de siete años”, precisó la emprendedora.
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